―Si alguien tiene algo que
decir, que hable ahora o calle para siempre.
En mala hora se le ocurrió
soltar aquella gracia. En su defensa habría que decir que estaba solo, cansado
y que odiaba ese trabajo. Más que una ofensa, lo que pretendía era infundirse
ánimos para seguir con su labor.
Pero resultó que sí había
alguien que parecía dispuesto a hablar. Más de uno, de hecho. Respondieron a
sus palabras con gruñidos primitivos y arremolinándose burdamente, intentando
salir.
La presteza con la que el
sepulturero cubrió con cal viva la fosa común fue algo sin duda inusitado. La
eficacia del trabajo, por el contrario, dejó mucho que desear, para desgracia
de todos.
RUBÉN IBÁÑEZ GONZÁLEZ
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