Sentado en la insufrible piedra uranita, se preguntaba qué
demonios hacía allí. Él, que nunca se había presentado voluntario a nada, se
vio obligado a seguir a su mujer.
Hijo, esa mujer será tu perdición. ¡Cuánta razón tenía
su madre!
Y luego estaba lo de la carrera espacial. A los marcianos
les entraron las prisas y querían ser los primeros en plantar la bandera en
cualquier pedrusco. ¡No les importaba lo pírricas que fueran las conquistas!
Al final, el choque de la nave con los malditos terrícolas a
la altura de Júpiter y la excusa de la crisis, lo dejaron en un planeta con el
único traje para toda la tripulación.
Menos mal que le quedaba el consuelo de ver morir a todos
los demás.
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