Cada vez
necesito más colágeno para que no se me estríe la tumefacta piel con el paso de
los años, y así, en las noches de luna llena, poder ser la Náyade que antaño,
la que controlaba a un ejército de pirañas al que todos temían. Pero la
estación lluviosa ha triplicado el caudal del lago, y los centauros que antes
me traían esclavos para extirparles los genitales y así obtener mi fuente de
colágeno, ahora siguen su periplo hacia Tierra Crepuscular, buscando asilo de
las lluvias. Mis fuerzas empiezan a menguar ante la falta de alimento, y ahora,
ni ante las amenazas de que acabarán como alimento de mis peces, se mueven los
eunucos; y, mientras compruebo como las ninfas más jóvenes se susurran al oído
en las horas baldías, empiezo a temer por mi cabeza, la que subirá al trono a
una de ellas. Quizás, con la ayuda de la bruja del Monte Serpenteante, pueda
mudarme en Naga y deshacerme de esta piel que habito.
Antonio
Mascarell Torres
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