Hace ya un tiempo, cada vez
que me siento a escribir y me sobreviene el miedo ante el papel en blanco, un
extraño aparece entre las sombras para observarme en silencio desde la puerta
de mi cuarto. No es hombre ni mujer, y sí pálido, delgado y de trazada borrosa;
por su aspecto da la impresión de estar al borde de la muerte, o de volver de
ella. He de reconocer que al principio me aterraban sus irrupciones, tan
inesperadas como inquietantes, pero uno se acaba acostumbrando a su queda
presencia, a su vigilancia al amparo de la oscuridad. No ceso de preguntarme si
se trata de una alucinación destinada a rellenar los huecos que de mi narración
se desprenden, o quizá la visita de un recuerdo liberado en otra noche lóbrega
y cansada; si mensajero que los abismos envían para revelarme mi locura, o
guardián inmóvil de mi horror a la nada. Todas las noches temo que mañana él
también me abandone.
David Gómez López
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