Eras una Diosa, ahora eres
una estatua, con tu dignidad intacta.
Nunca
descendiste a la tierra donde yo sufría. No me diste ese consuelo.
Mientras duró nuestra
historia, jamás conseguí una mirada, una sonrisa, siquiera ver miedo
en esos ojos verdes que veneraba. Cuando llegaba el momento los cerrabas con
fuerza, dejando mi mundo a oscuras sin su luz.
Ahora estás ahí, silenciosa
y helada. Veteada en púrpura tu cara hermosa de náyade dormida.
Te llevo a la bañera, no
pesas, pero siento que mis fuerzas son insuficientes. Es el peso de mi culpa el
que me aplasta.
Limpio tu pelo
ensangrentado, beso tus párpados vacíos y miro las esmeraldas de tus ojos,
preservada su luz eternamente en el frasco número trece. Te descuartizo.
Lloro tu pérdida, te odio, te amaba. Hoy volveré a cazar.
Fedra
Marcús Broncano.
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