A lo largo de su existencia, austera y anodina, sólo tuvo un
capricho: sentir el aire al recorrer el asfalto a lomos de una Harley, el
brillo del cromado, el rugido metálico, la sensación de libertad. Una pasión
que su mujer no entendía, ella era muy práctica y realista, sin espacio para
sueños abstractos. Nunca le hubiese acompañado como paquete agarrada a su
cintura, sin un destino fijo, con una rebelde chaqueta de cuero.
Al desconfiar de los bancos y para no dar cuentas a nadie, acumuló
billetes dentro de una enciclopedia, un buen escondite desde que quedó obsoleta
a causa de Internet, como su primer ordenador, que servía de adorno.
Ya en la ancianidad calculó que había reunido dinero suficiente.
Una belleza con doble tubo de escape le aguardaba en el concesionario.
Apenas logró dormir, temía que algo nefasto fuese a suceder. El
nerviosismo se acrecentaba. Aquella fue, con diferencia, la noche más difícil,
realmente terrorífica, de una vida insulsa. Al fin, el agotamiento hizo mella.
Se despertó sobresaltado casi a media mañana. Un escalofrío le
recorrió al encontrar el estante de la enciclopedia vacío. Sobre una mesa, un
papel con letra femenina daba cuenta de la decisión de su compañera de llevar
todo lo inservible que había en la casa a un punto de reciclaje inmediato. Tras
maldecir el ecologismo, aquel hombre dispuso cuál sería su siguiente paso.
Una vez desmontada la carcasa de la vieja computadora, arrancó los
cables más gruesos. Sabía que cuando ella llegase iba a introducir el caduco
aparato en una bolsa grande; también que, con el mismo pragmatismo y sin una
lágrima, para él usaría un saco después de descolgarle de la lámpara. En el
punto de reciclaje también recogían material orgánico.
Ángel Saiz Mora
No hay comentarios:
Publicar un comentario