Cuando supo que se acercaba la hora, se decidió a escribir
su epitafio. Para ser recordado en el lugar donde vivió siempre, para plasmar
algún pensamiento agradable o simplemente para despedirse. Quería dejar algo.
Lo necesitaba. Como una especie de consuelo ante su inminente partida.
No sabía qué le esperaba allí, del otro lado. Por más
leyendas o historias que supiera, lo aterraba el hecho de comenzar su último
viaje sin saber el destino.
Al fin tuvo la frase exacta entre sus labios y sólo en ese
momento sintió que podía partir. Tranquilo, ligero de equipaje y sin cuentas
pendientes. Cerró los ojos, y luego de esos nueve meses que le parecieron
eternos, nació.
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