Fuego y caldero a las doce de la noche. La bruja del pueblo -de
nombre Minerva- realizaba su conjuro de amor a las muchachas casamenteras
que se disputaban el ansiado crisol carmesí para embaucar a los jóvenes que
querían atrapar. Unas lo hacían por placer, otras por despecho y algunas
estaban sencillamente desesperadas por encontrar marido, o de lo contrario
acabarían solas para siempre.
Tal era la confianza de las chicas en la anciana Minerva,
que esa noche las reunió a todas en la cabaña abandonada del bosque. Les dio a
probar del crisol y éstas obedecieron sin poner impedimentos… Todas caían al
suelo al terminar sus tragos de pasión, desvanecidas angustiosamente entre
gemidos y lamentos. Minerva absorbía sus jóvenes bellezas en un fatal beso al
juntar sus bocas con el crisol. Ahora era la única mujer en la aldea, la más
joven y bella.
Rocío Cruz Blázquez
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