La penumbra silente de la noche ocultaba su brillo rojizo, se extendían como líquenes entre mis manos, lloraba y sus garras me atenazaban la garganta. Sentía como me apretaban las fauces sin compasión, el asfixio me alejaba de la vida, mi corazón iba a estallar. Fui hacia el espejo de la estancia y su reflejo me envolvió en un círculo rojo, a mi alrededor sólo había sangre, puse mis manos en la luna de cristal, dibujé su rostro con su sangre y grité despavorida. Ella me miraba y de sus ojos se desprendían lágrimas de sangre. No, no podía ser, estaba muerta , yo la había matado y ahora yo moriría, ahogada por las garras del dolor y envuelta en un círculo ámbar de cristalinas lágrimas rojizas, del que no podría escapar.
ANTONIA MORA VICO
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